No quiero espejos
en mi residencia
Ya no me moja la lluvia,
de las tormentas de mayo,
ni escupe sudor el sol sobre mi piel .
Ya mis oídos no
distinguen
el canto de los pájaros,
ni mis ojos pueden ver
amapolas
entre el seco trigo.
Y es que el invierno se
va apresurando
bajo mis pies,
y por el camino siento
como
se me va desgastando la piel.
Ya no quedan mantas en la ermita
para guarecerme de la
niñez.
La niñez que para mi
fuere un oficio,
y para los que me han
conocido, un circo.
Ya no quedan sombras de
roble,
donde hacia los deberes a
placer,
ni en las praderas quedan
pastos,
donde las romerías eran
festejos
de santos.
No me quedan dedos en las
manos
para sumar quien sabe
cuantos
años, he de hacer,
ni pregunto al más sabio:
cuando fue la última vez
que paso el tren.
Tengo los que son, ya
nadie lo quiere saber,
tengo los que tengo…
tengo los que quise hacer.
Ya no quedan mantas en la
ermita,
solo permanece el
recuerdo
de lo que una vida fue.
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